domingo, 15 de julio de 2012

Capítulo II (libro)

CAPITULO II. FIEBRE

Me desperté mareado, como si hubiera viajado en barco de norte a sur del continente. Intenté abrir los ojos pero los párpados no me respondían. No tenía ni idea de dónde estaba ni de qué es lo que hacía allí, pero poco a poco mi mente empezó a serenarse y comencé a recordar lo sucedido…
Estaba tirado en el suelo, agotado y apaleado por miles de piernas que trataban de huir, se acercaba el dragón, con Matt entre las zarpas, y un jinete montado a su grupa, lanzando hechizos sin cesar a cualquier persona que se le pusiera por medio. Me encontraba inútil, no podía hacer nada, sino esperar la muerte, una muerta lenta y dolorosa a manos de un dragón… De repente, un hombre mayor me alargó su brazo. No sabía cómo ni de de dónde había salido, pero agarré su mano con todas mis fuerzas y, a partir de ahí, ya no podía recordar nada.
Matt… qué habría sido de él. Tantos años juntos y ahora en un suspiro me arrebataban a mi mejor amigo. Sin duda lo habrían matado o algo que no podía ni imaginar. Nos habíamos criado prácticamente juntos y habíamos compartido casi todo en nuestra vida, los campos, las amistades, nuestros sitios preferidos…

Unas lágrimas agrias recorrieron mis mejillas. Abrí los ojos, que ya me respondían, y observé la habitación en la que me encontraba. Se trataba de una habitación pequeña y de forma cuadrada. Parecía construida exclusivamente para dormir, circunstancia que indicaba la ausencia casi total de muebles. En una esquina había una silla de madera, vacía. Me encontraba sólo y la idea de salir de la calidez de la cama en la que me encontraba se me antojaba alocada. Aún así, obligué a los músculos de mi cuerpo a ponerse en funcionamiento y pronto estuve de pie, aún mareado.
Comencé a andar hacia la única puerta de madera tosca y rajada de la estancia. Al llegar a ésta, la abrí con dificultad y me asomé por el espacio abierto. No había más que un pasillo enorme de paredes de piedra blanca con infinitas puertas a su alrededor.
Al no saber qué hacer y encontrarme totalmente desorientado, opté por encaminarme hacia la puerta más cercana. Caminando sentí que el mareo se acrecentaba y que me tenía que sentar para no caer al suelo. Giré el pomo de la nueva puerta y la empujé sin mucha fuerza. Se abrió lo suficiente como para darme cuenta de que nada había en aquella habitación salvo una cama como en la que me había encontrado a mí mismo tumbado, pero esta cama tenía pinta de no haber sido utilizada desde hacía años.
Ya no pude más, cerré la puerta y me senté apoyando la cabeza contra la pared de ese pasillo interminable.
Mi mente no estaba en el lugar que le correspondía y poco a poco me fui dando cuenta de que estaba perdiendo la consciencia.                                                           
                                              ---

  -No podemos hacerlo ya, es demasiado joven.
  -Yo le enseñaré todo lo que haga falta, pero es imprescindible que lo hagamos cuanto antes. Tiene que estar preparado para lo que se le avecina.
  -Pero…
  -Nada de peros, esperaremos a que se recupere y empezaremos a entrenarlo lo mejor que podamos de inmediato.
Unos pasos se alejaron hacia lo que me pareció era la puerta y su sonido se perdió en la distancia.
Abrí los ojos, me dolían, pero no pensaba caer otra vez en el sueño que hasta entonces había tenido, un sueño desagradable, áspero y denso. Al hacerlo vi una figura a mi lado, sentada en la silla que antes se encontraba en la esquina de la habitación.
  -Buenos días, o bueno, noches -dijo la figura con voz grave.
Al fijarme y enfocar con mis doloridos ojos observé que se trataba de Odcnil, el venerable que me había tendido la mano en aquella calle que se me antojaba tan lejana.
  -Intenta incorporarte -me dijo con convencimiento.
Lo intenté, pero las piernas no me respondían. Poco a poco noté como la sangre fluía por mis venas y logré alzarme de forma que quedé sentado en la cama.
  -Bien, no parece que tengas lesiones graves, después del paseo que te distes fuera de la habitación y de tu siesta.
En la estancia hacía calor y yo me encontraba empapado de sudor. No sabía qué hacer y un montón de preguntas se agolparon en mi cabeza.
  -¿Dónde estoy?¿Cómo he llegado hasta aquí? Me habían elegido y… -callé de inmediato al rememorar lo sucedido.
  -Tranquilo, tranquilo -el venerable me puso una mano sobre la cabeza y me miró a los ojos-, no te preocupes, en cuanto te recuperes y puedas andar te lo explicaremos todo.
  -¿Explicaremos? ¿Quién más hay aquí? ¡Quiero respuestas ya! -casi grité desesperado.
  -Bueno, bueno, está bien. Te encuentras en una de las fortalezas…  bueno, más bien refugios, en los que habitan los venerables. Por desgracia, casi todos han muerto y aquí sólo estamos tú, yo y mi ayudante de magia -pronunció la palabra muertos como si de una palabra vulgar se tratase-, no tienes nada que temer aquí de la guerra, ya que estamos completamente protegidos… de momento.
  -Pero, ¿qué pasó? Yo estaba en Norpher y ahora…
  -Esas preguntas tendrán que esperar su momento para ser respondidas. Tengo que irme, pero mandaré a mi ayudante para que te asista, mañana estarás totalmente recuperado.
  -Pero…
  -Hasta luego, muchacho –dijo alcanzando la puerta de dos zancadas.
Salió por la puerta y allí me quedé, con un sinfín de preguntas que ansiaban ser respondidas.
Pasaron unas dos horas antes de que supiese nada de otra persona en aquel extraño lugar en el que me encontraba. Sentía frío y calor de forma aleatoria, me encontraba realmente mal. Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo. De repente, por la puerta se asomó una mujer vestida con túnica blanca, que portaba en un cuenco gasas frescas, con el fin de aliviar mi fiebre.
Era una mujer tímida, tenía el pelo castaño y los bucles de su cabello caían por sus hombros hasta la altura de la cadera. Andaba de forma muy fina y se acercó a mí como con miedo, pero segura de las instrucciones que le habían dado.
Llegó al lado mía y nuestros ojos se cruzaron un instante. Los suyos eran del color de la miel y reflejaban una vida de pobreza, de auténtica sensatez hacia lo desconocido y  una inseguridad digna de una superviviente.
  -Hola –esa fue la palabra más estúpida que me pareció haber dicho en mi vida.
  -Hola, el maestro dice que debes descansar, pero que ya no tardarás en recuperarte, y que cuando lo hagas empezareis el entrenamiento –dijo con una voz que se me antojó especialmente dulce.
Mis pensamientos volvieron a la realidad.
  -¿El entrenamiento? -pregunté intentando salir de mi sopor.
  -Si, claro. Quiere que empecéis cuanto antes para que puedas servirle dentro de no mucho. Empezareis por la Otorgación y luego pasarás al entrenamiento de los “elementos” -parecía resuelta, sin miedo a hablar.
  -¿Cómo…? ¿Qué…? ¿De qué estás hablando? -le pregunté confundido. En Norpher lo único que nos decían de los venerables y de la magia era que acudían al pueblo una vez al año, elegían a sus sirvientes y que luego iban a sus refugios mediante un extraño mecanismo que utilizaban para transportarse, y que allí instruían a sus elegidos en el uso de la magia.
  -Uy... Me temo que tenemos mucho trabajo por delante. Pero tranquilo, yo también empecé así. Hasta mañana.
Se dio la vuelta, dejo las gasas en la cama, a mi lado, y empezó a andar con zancadas enérgicas hacia la puerta.
  -¡Espera! -le imprequé antes de que llegara a la puerta, pero ella no se volvió-. ¿Cómo te llamas?
  - Ridora -contestó ya lejos de mi puerta con una voz casi inaudible.
No tardé mucho en dormirme. Los sueños que me asaltaron aquella noche nada tenían que ver con mi delicada situación en aquel lugar. El nombre de Ridora iba y venía por mi mente como un péndulo y, entonces, me sentí como nunca me había sentido antes, sabía que estaba seguro y el rostro de aquella chica me hizo dormir en el más profundo y precioso sueño que hasta entonces en toda mi vida había tenido.
Por primera vez sentí que en aquel lugar me sentía seguro.

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