lunes, 18 de marzo de 2013

Eterno buscador de soluciones.


Es precisamente en estos momentos de soledad en casa sutilmente acompañado de una cerveza, cigarros y una tele que suena de fondo cuando recuerdo lo que más me llena en este mundo. Cuando recuerdo la música que me mueve, cuando recuerdo los acordes que rigen mi vaivén por este mundo. 

Recuerdo las canciones que me hacían sentir vivo, así como los bailes a los que pertenecí y que me hicieron dejar de pensar, que me ayudaron a sobreponerme, que me ayudaron a crecer y a enterrar malos sabores de boca.

No concibo una vida sin música, soy incapaz de tener tanto tiempo para pensar y no acabar volcado en tantos pensamientos que consiguen hacerme pequeño y pensar en la inmensidad de un universo que no tiene un por qué, un cuándo, un para qué.

Hay quienes se contentan creyendo en algún dios. No soy de esos. No puedo pensar que todo sea tan simple. No puedo entender lo simple. Y eso me da rabia. 

Las cosas no son simples. El valerse por uno mismo no es fácil,  y así he salido, eterno buscador de soluciones y planteador de problemas sólo si existe alguna salida. Soy un optimista apesadumbrado. 

Poco entienden esta última afirmación, pero para los que saben pensar, ahí va otra: soy una tortuga veloz.
Soy el eterno buscador de la felicidad condicionada, el que encuentra en pequeños placeres de la vida lo necesario para vivir, lo necesario para ser feliz. 

En cambio, cuando no encuentro esas pequeñeces, cuando no veo solución, caigo sin remedio en canciones sin motivo, en la pesadez de los párpados del insomne, en la barra de un bar vacío…

en el no saber por qué, para qué ni cuándo.

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