CAPITULO
III. RESPUESTAS
Estaba
desesperado. Llevaba una hora y media esperando en la puerta de la habitación a
la que me habían indicado que fuese, y por allí no habían pasado más que un par
de ratones pequeños y un montón de polvo arrastrado por la brisa que había en
el corredor.
Me
había levantado bien, sin muchos problemas ni dolores y con unas ganas
infinitas de preguntar y preguntar sin parar. Nada más despertarme, como si lo
hubiera sentido, Odcnil apareció por la puerta y me dijo, con su característica
voz grave, que cuando me viera listo para andar me dirigiera a la 5ª puerta del
lado derecho del pasillo.
Y
allí estaba yo, esperando de pie delante de una puerta blanca como la nieve sin
que a nada ni a nadie se le antojara decirme que demonios hacía yo en aquel
lugar.
De
pronto oí una voz que se acercaba por el pasillo e identifiqué la dulce voz de
Ridora.
- ¡Oh! Ya estás aquí. Odcnil acabará de
llegar- dijo llegando a mi lado.
- ¿Cómo que acabará de llegar? Por aquí no ha
pasado nadie en las 2 horas que llevo esperando - le reproché sin ganas
- Tú pasa y calla - dijo convencida.
Abrí
la puerta y al otro lado distinguí una habitación de forma circular en la que
había un escritorio con muchos papeles encima. Detrás del escritorio se
encontraba Odcnil, con expresión fría y con lo que parecía unas brumas de
niebla indefinida a su alrededor, que se fueron disipando en el tiempo en el
que yo tardaba en acercarme a la mesa acompañado de Ridora.
El
venerable estaba muy ocupado revisando los papeles de su mesa y casi ni se dio
cuenta de que entrábamos en la sala.
- Ejem… ¿Señor?- susurró Ridora acercándose
al venerable.
Éste
levantó la cabeza de su trabajo y centró su atención en nosotros.
- Hola Ridora. Hola chico, ¿cómo te
encuentras? ¿Has podido andar hasta aquí tú solo?- Me preguntó.
- Por supuesto- le respondí casi de
inmediato.
- Ridora, ¿puedes traer dos sillas para el
chico y para ti? Gracias- ordenó indirectamente-. Tenemos muchas cosas de las
que hablar.
“Y
tanto”, pensé mientras repasaba mi oleada de preguntas que esperaba se
respondieran en esa sala. ¿Cómo había llegado allí? ¿Qué había pasado en
Norpher después de nuestra escapada? ¿Qué haríamos ahora? Y muchas más con
respecto a la guerra y a Matt.
Ridora
llegó con dos sillas y lo dos nos sentamos enfrente de Odcnil.
- Bueno chico, para empezar, ¿cómo decías que
te llamabas?
“Madre
mía, pues empezábamos bien el canoso y yo”. Pensé.
- Eric.
- Bien Eric, estamos aquí para responder tus
preguntas e informarte de lo que va a pasar a partir de ahora
- Pues…
- Primero te informaré de la situación actual
en la que nos encontramos - me cortó de manera escabrosa, no parecía dispuesto
a escuchar preguntas, sino más bien a informar de lo que considerara oportuno.
- Está bien.- le respondí con desgana.
Ridora
se encontraba al lado mío, atenta a lo que iba a decir su maestro, preparada
para completar las explicaciones de éste.
- Como ya te habrás enterado, estamos en
guerra, los soldados de los pueblos del norte, los que apoyan al señor de la Oscura
Luz, se han movilizado y hablan del despertar de los antiguos caballeros negros.
- ¿Caballeros negros?...- pregunté
- ¡Pss!, calla y escucha – me cortó Ridora
con voz suave pero que no permitía reproche.
- Cuenta la leyenda que sólo tres personas
habitantes del mundo a un tiempo determinado pueden ser convertidas o “usadas”
como caballeros negro, y ha llegado a nuestros oídos que uno de estos
caballeros ya lleva un tiempo sirviendo al señor de la Oscura Luz.
- El dragón… - susurré intentando atar cabos.
- Exacto, el jinete del dragón que atacó
Norpher no era más que el primero de los tres caballeros oscuros. No tenemos
muy claro cuál es el fin del señor de la Oscura Luz, pero lo que sí sabemos es
que los caballeros oscuros trabajan por y para él, y harán cualquier cosa que
él les pida.
- Lo más importante y que no debes olvidar,
Eric, - intervino la aterciopelada voz de Ridora-. Es que los caballeros no
tienen piedad, no dudan de su cometido y ni siquiera se plantean si lo que
hacen está bien o mal, ellos acatan órdenes y ejecutan planes.
- Y aquí es donde entras tu, Eric – expresó
el anciano.
- ¿Yo? – pregunté sin tener ni idea de por dónde
podían ir los tiros.
- La situación es desesperada, el día de la
Elección, mientras yo me encontraba en Norpher, atacaron éste refugio y
desaparecieron los demás venerables, no sabemos si están muertos o los han
capturado con algún fín, pero sabemos que no podemos quedarnos de brazos
cruzados.
- Sigo sin entender qué tiene esto que ver conmigo…
yo… - expuse sin mucha convicción.
- Te entrenaremos y adiestraremos para que
aprendas lo más rápido posible, necesitamos tu ayuda. En estos momentos, todo
el continente se prepara para una guerra contra algo que ni siquiera se sabe
qué puede ser, y los únicos capaces de detener a los caballeros oscuros son
aquellos que han sido instruidos en la magia – Odcnil parecía deseperado por
que yo entendiera algo que me era tan imposible de comprender, como que la
magia iba a ser mi instrucción. Nunca se hablaba de magia en pueblos como el
mío, pues se sabía que era reservada para aquellos privilegiados elegidos por
los venerables, y su uso se reducía a conflictos bélicos.
- ¿Qué significa que me entrenareis? ¿Y qué
hay de Norpher? ¡Yo quiero volver para ver cómo está todo, fue un ataque
terrible! – repliqué intentando no pensar en Matt.
- Eric… - comenzó a hablar Ridora-. Norpher
ya no es lo que te imaginas… todo está… frío.
- ¿Frio?, ¿qué quieres decir con frio? – mi
voz iba alzándose y mi cara empezaba a ponerse roja de furia, nervios y
frustración.
- Basta – concluyó Odcnil-. Eso lo verás
cuando estés preparado, de momento tenemos que centrarnos en tu entrenamiento…
- ¡No! – casi grité con voz temblorosa -.
¡Tengo que ver cómo ha quedado todo, tengo que saber lo que ha pasado, tengo
que saber dónde está Matt!
- Si te refieres al chico que llevaba el
dragón entre sus garras, puedes pensar lo que quieras, pero quizá fuese
simplemente su aperitivo del día.
Ahora
sí, ahora sí me había callado el maldito anciano. Se había excedido, yo lo
sabía, él lo sabía, Ridora lo sabía.
Mi
cara pasó del rojo de ira al blanco en una fracción de segundo, no podía
concebir esa idea, no podía… Bajé la cabeza y noté cómo una lágrima bajaba
serpenteante por mi mejilla derecha.
Tras
diez segundos de silencio sepulcral, Odcnil se volvió a pronunciar:
- Si no eres capaz de mantener tus
sentimientos bajo control, todo se volverá contra ti, tenlo siempre en cuenta.
Ridora, en tres horas acompaña al chico a la sala de los orbes, todo ha de
empezar ya – Fueron sus últimas palabras antes de que desapareciera como lo
había hecho en Norpher, entre una nebulosa coloreada que parecía tragarse a sí
misma.
Yo
me quedé con la cabeza abajo, intentando no pensar, pero haciéndolo sin más
remedio, en silencio, y esperando que Ridora no viera caer las lágrimas por mi
barbilla.
- Puedes volver a la habitación donde
estuviste antes cuando quieras – empezó a hablar Ridora-. En tres horas pasaré
a buscarte.
Se
levantó y comenzó a andar hacia la puerta de la habitación, pero antes de salir
se giró y, dirigiendo su rostro hacia mí dijo:
- Y perdona a Odcnil, sus métodos no son muy
acertados a veces, pero comprobarás que a largo plazo sus enseñanzas te
ayudarán a mantenerte con vida. No te preocupes por tu amigo, seguro que está
bien. Y por cierto, increíble recuperación la tuya ante un transporte ajeno
como el de traerte desde Norpher hasta aquí, debes de ser potencialmente bueno.
Dicho
esto, se giró y salió por la puerta. Agradecí infinitamente esas palabras de
apoyo. Necesitaba creer en algo, en alguien, no podía pensar que mi vida había
desaparecido en una sola noche, tenía que tener esperanza en que Matt seguiría
ahí…
Tras
pasar cinco minutos ahí, sentado mirando al vacio del escritorio de Odcnil,
recobrándome, me levanté y me dispuse a salir de aquel cuarto.
Antes
de salir, algo llamó mi atención. Una raja en la inmaculada pared blanca fue
capaz de detener mi marcha. No fue este hecho el único que me hizo parar, sino
más bien el hilillo de agua que salía por la grieta de la pared y empezaba a
cubrir el suelo poco a poco. ¿Nadie se habría dado cuenta de aquello? Una
gotera como esa no pasa desapercibida a nadie.
Me
arrodillé cerca de la grieta para intentar ver de dónde provenía el problema,
pero cuán fue mi sorpresa cuando, al acercar mi mano al riachuelo que caía cada
vez más fuerte, éste dejó de fluir. Me miré las manos, no había nada raro en
ellas, estaban como siempre, pequeñas pero firmes, morenas del Sol y con alguna
que otra uña partida. Simplemente debía de haber sido una coincidencia, esas
cosas pasan. Me encogí mentalmente de hombros y volví cabizbajo a la habitación
donde había dormido. Tenía muchos pensamientos que ordenar, y toda aquella
situación seguía pareciéndome un sueño. Me recosté en la cama y seguí dándoles
vueltas a preguntas que no podían tener respuesta en la situación en la que me
encontraba. Me gustase o no, en ese momento dependía de ese borde anciano.
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