Era una tarde normal de verano. Hacía calor, los niños ya se estaban
retirando a sus casas, los árboles se alzaban sobre el bosque impetuosos
y había una calidez casi abrumadora en el ambiente… todo era normal.
Llevaban andando ya horas y horas. Ya les debía de quedar poco, el sol
se estaba poniendo, y la hora de la recogida se terminaba. Iban en fila,
en marcha, sin descanso, no sabían porqué hacían aquello, simplemente,
sentían que debían hacerlo, así que lo hacían, sin rechistar.
Llevaban toda la comida que podían, toda la que eran capaces de
transportar, tanta, que cualquiera pensaría que podrían vivir con tal
cantidad de víveres durante semanas y semanas, sin necesidad de buscar y
recoger más.
De repente, uno de los pequeños que iban en fila, también cargados, se giró a otro más bajito que él y le dijo:
- Oye, ¿tú sabes por qué hacemos esto?
El otro pequeño, extrañado, se giró hacia su interlocutor y con voz chillona y carraspeando le respondió:
- Creo que es porque vamos a estar un tiempo sin comida, y tenemos que coger toda la que podamos.
- Pero ya llevamos mucha… -se quejó el otro entre pequeños gruñidos-. Y
nadie nos obliga, podríamos salirnos de la fila e irnos por donde
queramos.
- ¡Pero los mayores no nos dejarían! –exclamó sorprendido
el más bajito-. ¡Y está mal! Si te salieses de la fila, quién sabe lo
que te podrías encontrar fuera del camino seguro, quizá hay bestias
salvajes, depredadores… ¡Osos!
- Pero, ¿no te cansas de hacer
siempre lo mismo? Siempre igual, salir de casa, todos en fila, ir al
campo, todos en fila, recoger toda la comida que podamos, también en
fila… es que… ¡Estoy harto de tener que hacer siempre esto! –se impuso
el pequeño, extrañando cada vez más a su compañero.
- No seas loco.
Sabes que es esto lo que debemos hacer. Siempre lo hemos hecho y
siempre lo haremos –contestó su amigo con voz neutra, como si estuviera
pronunciando un discurso.
- ¡Pero yo quiero irme de aquí! ¡Quiero poder hacer lo que quiera! –continuó protestando el pequeño.
- No podemos hacer eso… además, ¿qué harías si pudieses irte? –inquirió su compañero con el fin de convencerle.
- Pues no sé… imagino que me iría a ver mundo, a hacer lo que me
apeteciera, sin tener en cuenta lo que todo el mundo hace –contestó el
otro, convencido.
- No debes pensar en eso… te distrae, además, ¿qué hay de malo en hacer lo que todo el mundo hace? Si se está bien…
- ¡Ese es el problema! No estoy contento con lo que todo el mundo
hace… Durante un tiempo está bien… pero ya llevaba mucho tiempo pensando
en ello. ¿Es que todos tenemos la misma mente, las mismas ideas?
¿Tenemos que seguir todos simplemente lo que vemos y ya está?
- Pero es que siempre se ha hecho así… no hay razón por cambiarlo ahora…-dijo el más bajito sin dar posibilidad de duda.
Mientras hablaban, empezó a anochecer, y los aromas del bosque se
notaban por todo el aire. El aroma del pan de las cabañas cercanas se
mezclaba con un intenso olor a lavanda procedente de las flores
repartidas por toda la zona.
Todo era perfecto, el pequeño tenía razón… ¿por qué cambiar algo por
otra cosa que puede ocasionarte algo peor de lo que vives en ese
momento? No encontraba una razón por la que su amigo quisiera irse de
allí, así que lo siguió mirando, por si en algún momento quería seguir
“hablando”…
Mientras recorrían los caminos del bosque con dirección
hacia su hogar, que aún quedaba un poco lejano, el que había empezado
la conversación iba distraído, tanto que, sin darse cuenta, a punto
estuvo de caer dos o tres veces al suelo y echar a perder todo el
trabajo de ese día.
- ¿Ves cómo te distraes? –le inquirió su
compañero intentando borrar de la mente del aludido la idea que tanto le
preocupaba y que ocupaba casi toda su mente.
- Pero… es que no
consigo entenderlo… siempre igual… haciendo lo que todos hacen… sin
motivo, sin razón de ser… además, ni siquiera se nos dio opción…
-murmuraba el pequeño.
- Pero, ¿cómo quieres que te den opción? ¡Si
es lo que hace todo el mundo! ¡Eso lo elegiste tú, sin darte cuenta,
pero lo hiciste! –respondió el otro aún con su empeño de desechar
aquella idea d el amente de su amigo-. ¡Mírame a mí! Yo, estoy feliz.
Aquí se está bien… sin preocupaciones, sin otra cosa que hacer que lo de
todos los días, con todos los demás.
- No me creo que estés contento haciendo lo mismo todos los días… -continuó el otro contraatacando.
- Pues lo estoy, y, aunque no lo estuviera, me conformaría, porque si
estás seguro de que no te da problemas, pues, ¿para qué cambiar?
- Pero…
- No, pero no. Mira, nosotros comemos todos los días, ¿verdad? –preguntó tajante el pequeño.
- Sí… -respondió su amigo con voz bajita.
- Y siempre tenemos sitio donde dormir, ¿no?
- También…
- ¡Y lo único que nos piden es que recojamos comida, que sigamos a los
demás! ¿De verdad que cambiarias esto? ¡Si es muy cómodo! – terminó.
Con ello, pensó que todas las preguntas de su amigo quedaban aclaradas, y
que no habría más discusión entre ellos.
- Pero, aunque sea
cómodo, -inquirió de nuevo el pequeño, sobresaltando a su compañero-.
¡Seguro que hay cosas mejores! Y nosotros nos las perdemos, porque
estamos aquí, haciendo lo mismo… Podríamos buscarnos cada uno nuestro
camino… por lo menos elegiríamos lo que queremos…
Y los dos quedaron repentinamente en silencio. Cada uno pensando en lo que el otro decía.
No se oía más que las insignificantes pisadas de todos los que andaban
por el medio del aquel inmenso bosque, por donde andaban siempre, por
donde siempre pasaban cargados de comida, día tras día.
Ninguno de
los dos volvió a decir palabra, y poco a poco sintieron que se iban
acercando a su hogar. La noche estaba terminando de cubrir el cielo, y
la fila seguía su camino, incansable, incluso, monótono.
El bosque
rebosaba magia, aquella magia adormiladora producida por el olor de las
flores, por la sensación de calidez que manaba de los árboles y por las
estrellas que alumbraban el cielo como faros en la noche más oscura que
pueda imaginarse. Pero, a pesar de eso, todos veían lo que había en el
bosque. Ese bosque había sido su hogar, y lo sería para siempre.
Conocían todos los caminos que había en él, y podían intuir lo que
pasaba entre sus verdes extensiones, incluso oírlo…
Pero aquel
gigante bosque y su hechizo implacable, se vio de nuevo perturbado por
la intervención de aquel pequeño ser que tanto se había aferrado a sus
ideas, pero que empezaba a entrar en razón, influido enormemente por su
compañero conformista.
- Tal vez tengas razón… Quizá deba
contentarme con esto. Es lo que hay. –por fin pareció dar la razón a su
acompañante, pero éste, aún pensativo, no contestó inmediatamente al
otro… Se quedó pensando unos minutos, como si estuvieran barajando las
posibilidades que su compañero había abierto en su mente.
En ese
momento, cuando la fila atravesaba una zona de la linde del bosque, una
ráfaga fría de viento penetró hacia el interior del bosque, disolviendo
por unos segundo el influjo que éste ejercía sobre todos sus seres, como
inspirando profundamente para dar al pequeño un momento de lucidez en
su mente, liberándolo del cálido hechizo del bosque.
- Pues yo
creo… -empezó a decir el más bajito. En ese momento, el bosque soltó su
bocanada de aire, que devolvió a la ficticia realidad a los dos
compañeros.
- Pero, un momento… -dijo el que en un momento empezara
la conversación con sus increíbles ideas de liberación-. Si somos todos
iguales, y, según lo que tú dices… las hormigas no deberíamos hablar,
¿no?
Los dos callaron, ninguno dijo una palabra más. No era necesaria…
No hay comentarios:
Publicar un comentario