El fuego crepitaba sin cesar, sus llamas nos caldeaban a mí y a todas
las personas que habíamos salido en busca de aquella arma legendaria que
todos los pueblos de los alrededores anhelaban. Éramos unas quince
personas, entre las cuales nos encontrábamos mi abuelo y yo. Él era ya
un anciano muy viejo y se había convertido en mago del pueblo. Le había
tocado a él, entre todos los magos, participar en la búsqueda del
artilugio. Era ya de noche, llevábamos ya un mes buscando y no habíamos
encontrado nada.
Como todas las noches, mi abuelo se dispuso a
contarnos una historia que le sucediera en su juventud. Se ayudaba de un
saco en el que tenía metidos unos polvos con los que nos rociaba para
que pudiésemos ver y sentir la historia que nos contaba.
- Estábamos
en tiempos de guerra- comenzó mi abuelo. – Nos encontrábamos en la
ciudad de Thor, antigua capital del reino. Nos habían destinado con el
objetivo de destruir por completo a los enemigos y a su base en la
ciudad. Mi regimiento estaba casi aniquilado por completo y en tierra
sólo quedábamos mi amigo Seúl y yo. Por el aire nos seguían cubriéndonos
las espaldas los magníficos dragones del ejército aéreo.
Los que
estábamos sentados alrededor del fuego sentimos como los dragones
volaban sobre nuestras cabezas, y sentíamos su calor, el calor de su
fuego interno. Luchaban con garras u colmillos contra dragones enemigos y
catapultas.
Mi abuelo continuó con su historia:
- Nos
dirigíamos hacia el centro de la ciudad, donde estaba el centro de
operaciones de los enemigos. Parecía una misión imposible y creíamos que
íbamos a morir. De repente, dragones enemigos salieron de las puertas
de la base, dispuestos a destrozarnos con sus garras.
“Nuestros
amigos aéreos aterrizaron limpiamente delante de nosotros, para
plantarles cara a los dragones. Luchaban con garras colmillos y fuego.
Fuego que caía alrededor nuestro en forma de bolas que destrozaban y
hacían volar la tierra por los aires. Mi amigo Seúl resultó herido y le
dije que se quedara en ese sitio mientras yo intentaba acabar la
misión.”
A mi abuelo parecía gustarle las caras que poníamos, ya
que no salíamos de nuestro asombro cuando unas llamaradas de fuego se
precipitaban encima de nosotros y se desvanecían antes de tocarnos.
-
Me aleje todo lo que pude de los dragones para intentar entrar en la
base, pero uno de los jinetes me vio y se precipito encima de mí
cabalgando sobre su montura. No tuve tiempo ni de respirar cuando el
dragón ya me tenía entre sus garras. Vi que nos alejábamos de la ciudad
en llamas y supe entonces que me iban a hacer prisionero. Decidí hacer
algo, así que saqué el cuchillo de una de mis botas y acuchillé sin
parar las garras del dragón. No parecía hacerle ni cosquillas, pero de
repente el cuchillo penetró en la carne de dragón y este pegó un
alarido. Me soltó. No volábamos muy alto y gracias di que estábamos
encime de un bosque. Sólo me rompí el fémur derecho y dos costillas.
Los presentes dimos un respingo y nos llevamos las manos a las
piernas y al pecho con muecas de dolor en nuestros rostros. Pero mi
abuelo aún no había terminado:
- Corrí y corrí por todo el bosque
buscando un lugar donde esconderme y encontré un lugar, un pueblo, un
pueblo donde pasaría el resto de mi vida.
Unos años después me enteré de que mi amigo Seúl había conseguido el objetivo.
Nos incorporamos con sensaciones de alivio y nos dispusimos a apagar
el fuego para dormir. Mañana sería otro día y quizá encontráramos lo
que buscábamos.
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