CAPITULO
II. FIEBRE
Me
desperté mareado, como si hubiera viajado en barco de norte a sur del
continente. Intenté abrir los ojos pero los párpados no me respondían. No tenía
ni idea de dónde estaba ni de qué es lo que hacía allí, pero poco a poco mi
mente empezó a serenarse y comencé a recordar lo sucedido…
Estaba
tirado en el suelo, agotado y apaleado por miles de piernas que trataban de
huir, se acercaba el dragón, con Matt entre las zarpas, y un jinete montado a
su grupa, lanzando hechizos sin cesar a cualquier persona que se le pusiera por
medio. Me encontraba inútil, no podía hacer nada, sino esperar la muerte, una
muerta lenta y dolorosa a manos de un dragón… De repente, un hombre mayor me
alargó su brazo. No sabía cómo ni de de dónde había salido, pero agarré su mano
con todas mis fuerzas y, a partir de ahí, ya no podía recordar nada.
Matt…
qué habría sido de él. Tantos años juntos y ahora en un suspiro me arrebataban
a mi mejor amigo. Sin duda lo habrían matado o algo que no podía ni imaginar.
Nos habíamos criado prácticamente juntos y habíamos compartido casi todo en
nuestra vida, los campos, las amistades, nuestros sitios preferidos…
Unas
lágrimas agrias recorrieron mis mejillas. Abrí los ojos, que ya me respondían,
y observé la habitación en la que me encontraba. Se trataba de una habitación
pequeña y de forma cuadrada. Parecía construida exclusivamente para dormir,
circunstancia que indicaba la ausencia casi total de muebles. En una esquina
había una silla de madera, vacía. Me encontraba sólo y la idea de salir de la
calidez de la cama en la que me encontraba se me antojaba alocada. Aún así,
obligué a los músculos de mi cuerpo a ponerse en funcionamiento y pronto estuve
de pie, aún mareado.
Comencé
a andar hacia la única puerta de madera tosca y rajada de la estancia. Al
llegar a ésta, la abrí con dificultad y me asomé por el espacio abierto. No
había más que un pasillo enorme de paredes de piedra blanca con infinitas
puertas a su alrededor.
Al
no saber qué hacer y encontrarme totalmente desorientado, opté por encaminarme
hacia la puerta más cercana. Caminando sentí que el mareo se acrecentaba y que
me tenía que sentar para no caer al suelo. Giré el pomo de la nueva puerta y la
empujé sin mucha fuerza. Se abrió lo suficiente como para darme cuenta de que
nada había en aquella habitación salvo una cama como en la que me había
encontrado a mí mismo tumbado, pero esta cama tenía pinta de no haber sido
utilizada desde hacía años.
Ya
no pude más, cerré la puerta y me senté apoyando la cabeza contra la pared de
ese pasillo interminable.
Mi
mente no estaba en el lugar que le correspondía y poco a poco me fui dando
cuenta de que estaba perdiendo la consciencia.
---
-No podemos hacerlo ya, es demasiado joven.
-Yo le enseñaré todo lo que haga falta, pero
es imprescindible que lo hagamos cuanto antes. Tiene que estar preparado para
lo que se le avecina.
-Pero…
-Nada de peros, esperaremos a que se recupere
y empezaremos a entrenarlo lo mejor que podamos de inmediato.
Unos
pasos se alejaron hacia lo que me pareció era la puerta y su sonido se perdió
en la distancia.
Abrí
los ojos, me dolían, pero no pensaba caer otra vez en el sueño que hasta
entonces había tenido, un sueño desagradable, áspero y denso. Al hacerlo vi una
figura a mi lado, sentada en la silla que antes se encontraba en la esquina de
la habitación.
-Buenos días, o bueno, noches -dijo la figura
con voz grave.
Al
fijarme y enfocar con mis doloridos ojos observé que se trataba de Odcnil, el
venerable que me había tendido la mano en aquella calle que se me antojaba tan
lejana.
-Intenta incorporarte -me dijo con
convencimiento.
Lo
intenté, pero las piernas no me respondían. Poco a poco noté como la sangre fluía
por mis venas y logré alzarme de forma que quedé sentado en la cama.
-Bien, no parece que tengas lesiones graves,
después del paseo que te distes fuera de la habitación y de tu siesta.
En
la estancia hacía calor y yo me encontraba empapado de sudor. No sabía qué
hacer y un montón de preguntas se agolparon en mi cabeza.
-¿Dónde estoy?¿Cómo he llegado hasta aquí? Me
habían elegido y… -callé de inmediato al rememorar lo sucedido.
-Tranquilo, tranquilo -el venerable me puso
una mano sobre la cabeza y me miró a los ojos-, no te preocupes, en cuanto te
recuperes y puedas andar te lo explicaremos todo.
-¿Explicaremos? ¿Quién más hay aquí? ¡Quiero
respuestas ya! -casi grité desesperado.
-Bueno, bueno, está bien. Te encuentras en
una de las fortalezas… bueno, más bien
refugios, en los que habitan los venerables. Por desgracia, casi todos han
muerto y aquí sólo estamos tú, yo y mi ayudante de magia -pronunció la palabra
muertos como si de una palabra vulgar se tratase-, no tienes nada que temer
aquí de la guerra, ya que estamos completamente protegidos… de momento.
-Pero,
¿qué pasó? Yo estaba en Norpher y ahora…
-Esas preguntas tendrán que esperar su
momento para ser respondidas. Tengo que irme, pero mandaré a mi ayudante para
que te asista, mañana estarás totalmente recuperado.
-Pero…
-Hasta luego, muchacho –dijo alcanzando la
puerta de dos zancadas.
Salió
por la puerta y allí me quedé, con un sinfín de preguntas que ansiaban ser
respondidas.
Pasaron
unas dos horas antes de que supiese nada de otra persona en aquel extraño lugar
en el que me encontraba. Sentía frío y calor de forma aleatoria, me encontraba
realmente mal. Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo. De repente, por
la puerta se asomó una mujer vestida con túnica blanca, que portaba en un
cuenco gasas frescas, con el fin de aliviar mi fiebre.
Era
una mujer tímida, tenía el pelo castaño y los bucles de su cabello caían por
sus hombros hasta la altura de la cadera. Andaba de forma muy fina y se acercó
a mí como con miedo, pero segura de las instrucciones que le habían dado.
Llegó
al lado mía y nuestros ojos se cruzaron un instante. Los suyos eran del color
de la miel y reflejaban una vida de pobreza, de auténtica sensatez hacia lo
desconocido y una inseguridad digna de
una superviviente.
-Hola –esa fue la palabra más estúpida que me
pareció haber dicho en mi vida.
-Hola, el maestro dice que debes descansar,
pero que ya no tardarás en recuperarte, y que cuando lo hagas empezareis el
entrenamiento –dijo con una voz que se me antojó especialmente dulce.
Mis
pensamientos volvieron a la realidad.
-¿El entrenamiento? -pregunté intentando
salir de mi sopor.
-Si, claro. Quiere que empecéis cuanto antes
para que puedas servirle dentro de no mucho. Empezareis por la Otorgación y
luego pasarás al entrenamiento de los “elementos” -parecía resuelta, sin miedo
a hablar.
-¿Cómo…? ¿Qué…? ¿De qué estás hablando? -le
pregunté confundido. En Norpher lo único que nos decían de los venerables y de
la magia era que acudían al pueblo una vez al año, elegían a sus sirvientes y
que luego iban a sus refugios mediante un extraño mecanismo que utilizaban para
transportarse, y que allí instruían a sus elegidos en el uso de la magia.
-Uy... Me temo que tenemos mucho trabajo por
delante. Pero tranquilo, yo también empecé así. Hasta mañana.
Se
dio la vuelta, dejo las gasas en la cama, a mi lado, y empezó a andar con
zancadas enérgicas hacia la puerta.
-¡Espera! -le imprequé antes de que llegara a
la puerta, pero ella no se volvió-. ¿Cómo te llamas?
- Ridora -contestó ya lejos de mi puerta con
una voz casi inaudible.
No
tardé mucho en dormirme. Los sueños que me asaltaron aquella noche nada tenían
que ver con mi delicada situación en aquel lugar. El nombre de Ridora iba y
venía por mi mente como un péndulo y, entonces, me sentí como nunca me había
sentido antes, sabía que estaba seguro y el rostro de aquella chica me hizo
dormir en el más profundo y precioso sueño que hasta entonces en toda mi vida
había tenido.
Por
primera vez sentí que en aquel lugar me sentía seguro.
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