Simplemente se entregó al sueño, no quería otra cosa en ese
momento, era más feliz allí...
Un cruce de calles, una ciudad enorme, probablemente Nueva
York, o Los Ángeles, o Las Vegas, o simplemente todas ellas juntas y recreadas
a partir de su mente.
Nadie y, súbitamente, como surgidos de la nada, en un
pestañeo, muchísima gente. Todo lleno, el autobús va a tope, suenan teléfonos
móviles, gente ocupada, papeles que salen volando de carpetas mal cerradas,
taxis que pitan y él, ahí, en medio de todo ello, sin comerlo ni beberlo.
De repente, todo se oscurece, es de noche, él sigue
observando la vida nocturna de su fantasiosa ciudad. Las múltiples luces
iluminan su cara, que no es otra que la que él se imagina que sea en ese
momento, quizá la de algún actor famoso, o la de la idea de perfección de su
mente, a saber, en los sueños nos vemos, pero nunca nos paramos a observarnos
detenidamente, sólo queremos acción.
Un flash, el desencadenante. Después otro, y otro y otro...
Comienzan los gritos. No son gritos de miedo, ni de risa, ni de dolor, sino
gritos fanáticos, locos, emocionados... Y entonces todo empieza a tener
sentido. Él se da cuenta de que los gritos van dirigidos a él, de que los
flases van dirigidos a él, todo empieza a funcionar como siempre, es su momento
de gloria, su momento de acción, es SU momento. Disfruta con el show, todos
pendiente suya, esperando que diga algo, que haga algo, esperando que mueva un
dedo en alguna dirección para conseguir lo que quiera. Pero, poco a poco, la
situación se le va de las manos. Los flases le agobian, no ve, intenta escapar
pero una muchedumbre le empuja y le sigue haciendo preguntas a las que responde
automáticamente una persona que no es él, sino que es alguien a quien muy bien
conoce y que actúa en su lugar. El gentío es insoportable, algo se está
adueñando de él, su ansia de poder, su egoísmo, sus ganas de fama, gloria. Decide
cambiar de escenario.
La limusina aparca tranquilamente. La puerta derecha se
abre. Él decide bajar, no sabe que encontrará en este nuevo rincón de su mente
pero sabe que va a ser bueno y que es libre del ser que lo acosa en sus más
gloriosos momentos. Un edificio. No un edificio, un complejo de edificios con
formas inverosímiles que se alzan pisos
y pisos por encima de su cabeza. La mayor discoteca jamás vista, la mayor
cantidad de luces jamás soñada. Todo lleno de gente, gente guapísima,
simpatiquísima… demasiado simpática quizás.
Una noche genial, un ligue genial, todo va sobre ruedas…. Pero
no podía durar eternamente. Allí estaba
ese ser inhumano, desconsiderado, creído, egocéntrico y falso, saliendo
de su interior cada vez que intentaba hablar con alguien, fastidiándole, pero
quizá también ¿defendiéndole?. Pero no sólo en él, todos eran así, todos eran
cascarás, apariencias sin sentido, puñaladas traperas, trampas de oso esperando
algún alma indefensa, esto es, desprovista del caparazón infranqueable de la
falsedad y el materialismo. La música empieza a estar demasiado alta… duele… Él
se encoge sobre si mismo… NEXT! Con un gran CRASH!, todo se resquebraja y
empieza a caer en forma de miles de cristales…
También cae él. Pero no se rompe, no explota, no se deshace,
solo cae.
Un prado… una cabaña con humo a lo lejos, nieve. Gente que
viene desde las montañas por el sendero en el que él está sentado. La gente
llega a su lado y se sienta, sin decir nada, solo se sienta y espera. De
repente, alza la vista, está rodeado. No hay salida… Pero hay algo distinto… no
encuentra en su interior a ese ser que le hace sufrir en los otros sueños… Está
él sólo. No, sólo no, lo rodean sus amigos, sus amigos de verdad, gente con la
que sólo cruzando una mirada se dice millones de cosas… Hay otra cosa
diferente, su cara, su cara está perfectamente definida, todos sus rasgos,
todos sus defectos. Un niño, quizá su primo, se acerca y le toca la cara.
Todo vuelve a desvanecerse.
De lejos se oye el piar de los canarios que le despiertan
todas las mañanas. El sol entra por la ventana. No se acuerda de lo que acaba
de soñar, pero no le importa, total, uno más. Se levanta, hace su vida.
Porque ya se dará cuenta de lo que soñó, no por acordarse,
únicamente lo vivirá y así aprenderá.
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