Es curioso lo que puede llegar a crear una simple mente.
Es curioso lo que puede llegar a hacer la imaginación de un
niño.
Es curiosa la cantidad de cosas que perdemos al crecer, pero
más curiosas aún las que nos quedan esposadas a nuestra personalidad.
Esto que os voy a contar es una de esas cosas que quedaron y
siempre quedarán conmigo, en mi forma de ver la vida.
Siempre pensé en los colores como algo más, no sé, llamadlo
curiosidad científica de un pequeñajo, llamadlo locura de una inocente cabeza,
llamadlo como queráis, pero los colores siguen significando personas en mi
cabeza.
Alguna vez traté de explicarle esto a quien trató de
escucharme, y aún hoy creo que es algo difícil de entender, pues sólo puede ser
asimilado habiendo vivido con ello toda una vida.
Los colores fueron y son algo más para mí, los colores son
personas. Mejor dicho, las personas son colores.
Para mí, cada persona humana tiene su color, un color que
sólo le das tú, que sólo entiendes tú, y que sólo piensas tú.
Muchas personas tienen un color parecido, pero todas
diferentes en pequeños matices.
De esta forma, siempre huí de los plateados, temí a los
marrones, hice migas con los verdes oscuro, idealicé a los azules, creí en los
amarillos, me protegí en los naranjas y rojos, admiré a los negros, ví la lealtad
en los tonos claros… y así un sinfín de colores que sólo mi mente es capaz de
asociar con tipos de personas, formas de ser, aspectos y matices que no hacen
en mi cabeza sino reflejar cada uno de los resquicios de personalidad de cada
persona que conozco.
Puedo afirmar que aún hoy en día, sigo pensando en el color
de las personas. Llamadlo aura, personalidad, sentimiento, química, pero “veo”
ese color en los ojos de la gente, con sólo cruzar una palabra. Basta con que
yo considere que eres un azul o un verde claro, para que mi mente esté
dispuesta a escucharte, y basta con que me parezcas morado, plateado o marrón
para que intente alejarme de ti.
Sólo escribo esto para que un día, dentro de mucho tiempo,
cuando vuelva la vista atrás, me dé cuenta de que los colores siguen ahí, de
que nada ha cambiado, de que siempre distinguí el aura, de que siempre os calé
a todos, de que no os escapasteis de mi paleta de pintor de gentes.
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