Hoy escribo para intentar haceros reflexionar (hecho no muy
en auge últimamente) sobre un aspecto que me ha llamado mucho la atención
acerca de un libro que está pasando por mis manos en estos días. El libro se
titula: “Un antropólogo en Marte”, del doctor Oliver Sacks, altamente
recomendable para entender la mente humana, al igual que otros libros suyos
tales como “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”.
El caso que me ha llamado la atención y del que no puedo
dejar de pensar, es sobre un paciente suyo que, privado del sentido de la vista
desde su infancia, es operado de cataratas y, milagrosamente, empieza a “ver”
la realidad.
¿”Ver”? ¿”Realidad”? Son conceptos que están ampliamente
discutidos por el doctor Sacks para una persona que, debido a su condición,
nunca ha asociado la vida con “ver”.
En realidad, y para los curiosos como yo (sobre todo
estudiantes de ramas de ciencias de la salud), tal milagro no había sido así,
ya que el paciente P había sido diagnosticado años atrás de una retinitis
pigmentosa y, dado que la retina iba a estar altamente dañada, se había
renunciado a la operación de cataratas porque no se confiaba en que este individuo
pudiese recobrar la vista.
Pero pasemos al aspecto interesante.
El paciente P, había desarrollado en su vida una capacidad
superior a los demás para guiarse por el sentido del tacto, el equilibrio, el
oído, etcétera. Debido a ello, en cuanto “recobró” la vista, seguía estando
ciego al mundo.
De esta manera, tras ser retirada la venda que cubría sus ojos
después de la operación, no habría sido capaz de distinguir a la que era su
mujer del cirujano que le operó de no ser porque el médico en cuestión inquirió: “¿Y
bien?”
A este efecto se sumaron muchos otros problemas en su día a
día. No era capaz de distinguir un cuadrado de un círculo si no los tocaba.
Tenía que hacer una nueva asociación de vida-visión (o más bien de
tacto-visión) con la que todos los demás hemos nacido desde pequeños. Así, el
paciente P no era capaz de entender una simple escalera, sólo veía una serie de
líneas paralelas que ni siquiera era capaz de adivinar como ascendentes. Sólo
cuando tocaba la barandilla era posible que se ubicara. Así le sucedía con toda
su casa, era un extraño en su propia casa. Entendía que existían las fresas,
los melocotones y las naranjas, pero no era capaz de distinguir cada una usando
sus flamantes ojos recién operados.
De hecho, muchas son las implicaciones negativas de este
tipo de operación, como una depresión por haber cambiado de perspectiva a una
persona absortamente cómoda en su realidad táctil.
Pero, a través de casos como este (que recomiendo que el
lector de mi blog busque, por tratarse de un uno altamente curioso) puedo y
deseo que seáis capaces de “ver” más allá.
El título de este post es “Sabed soñar”, y no en vano.
Todos nosotros hemos aprendido a ver. Aprender es algo
adscrito a nuestra vida, necesario para que podamos sobrevivir en ella, pero,
¿y si todo este aprendizaje no ha sido del todo completo o quizá demasiado
específico?
Hemos aprendido a ver, a oler, a tocar, pero lo más
importante, a asociar estas sensaciones.
Estas asociaciones podrían derivar únicamente del ámbito
social del humano. Pienso que hay un campo de nuestra mente que no es
expandido, potenciado. Creo que podríamos “ver” más allá, descubrir un nuevo
mundo, o dimensión, o como se quiera llamar.
No podemos afirmar que el dormir sea una ilusión. Pueden ser
delirios de nuestra mente exhausta y ansiosa de descanso, sí, pero podrían ser
algo más, podría ser, simplemente, que no sabemos “verlos” adecuadamente.
Todo esto puede sonar a locura en la cabeza de un post
adolescente aún hiper hormonado, pero pensadlo seriamente.
Sí no le damos importancia a los sueños (y yo no se la doy),
quizá sea porque nadie nos ha enseñado a interpretarlos, nadie nos ha enseñado
a vivir en ellos. Podría ser que fuéramos a ciegas como le ocurría al paciente
P, que tenía todo lo posible para ver, pero le era muy difícil entender la
realidad “viendo”.
Con todo esto quiero dejar claro mi desacuerdo con las
teorías de interpretaciones de sueños, pues no es sólo a los sueños a lo que me
refiero, es a algo más, algo que puede estar viviendo con nosotros, pero que somos
tan cabezotas que nos negamos a mirar.
Y con esto abordo uno de los temas que más angustia al ser
humano, y es el fin de nuestros días de vida, la muerte. El fin de nuestros
días de “ver”.
¿Y si hubiésemos aprendido durante la vida a ver aquello que
nos está oculto por nuestra simple condición de seres humanos cansados y
necesitados de desconexión ocho horas al día? ¿Y si tal desconexión fuese en
realidad una conexión con esa otra dimensión de nuestra existencia a la que no
le prestamos atención?
Quizá, si le prestáramos atención, si de verdad existe ese
otro lado, la muerte no sería más que un continuar esa “otra vida” que, de
momento, el ser humano no ha aprendido a discernir.
Un saludo a todos, y a soñad.
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