Escucho canciones que me hacen recordar cómo echo de menos
su calor en mi cama, su olor en mi ropa, su mirada en mis ojos buscando algo
que sólo aquella puede encontrar.
Un, deux, trois… les heures
saltan la barrera de la razón. Los asnos cantan canciones de góspel, y las jirafas
hacen lucha libre mientras sigo contando las horas francesas que pasan hasta volver a tenerte buscándome,
o mejor dicho, encontrándome.
Pienso en lo blanco que es el techo de mi habitación, y me
adentro en los pliegues de mi edredón como ansioso por ver lo que hay de verdad
entre ellos.
Los gatos me acosan, los perros me aburren y las tortugas me
comprenden. Lentamente empiezo a entender, a perder el miedo a perder y a jugar
limpiamente.
El juego ya empezó, pero se ve que nunca comprendí que el
que se come una, cuenta veinte, que la torre sólo mueve en recto y que de oca a
oca, nadie tira porque las ocas no saltan.
Prometo que prometeré de verdad, que juraré con sangre y que
sentiré lo que sienten los que saben sentir.
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