Hoy necesito escribir. Es navidad, hace frio, hay nieve en mi cabeza. No me
deja pensar bien.
Las nubes de apuntes distorsionan mis cavilaciones, pero creo que puedo
hacer algo útil, y es escribir sobre el miedo; pero no un miedo normal, escribir
sobre ese miedo que tenemos a lo que queremos.
Parece contradictorio, pero pensadlo así, si de repente encontráis algo que
llevabais buscando toda vuestra vida, obviamente el primer sentimiento es de
agradecimiento al universo, pero, ¿el segundo no sería, lógicamente, un
sentimiento de miedo total e irracional a perderlo al día siguiente?
Vivo, vivo a gusto, y bien, y de repente, me asalta un miedo horrible a
perderlo todo.
Soy agradecido con la vida, nunca me quejé demasiado, y es por eso que le
tengo miedo a perder lo que ya tengo.
Hace unos días, quizá unas horas más bien, encontré algo en la cabeza de
alguien, que me dio todo el miedo del mundo, estoy aterrado y, al mismo tiempo,
agradecido enormemente.
No me gustan estos sentimientos a la vez en mi mente, me hacen volverme loco
y querer hacer locuras, pensar demasiado y quizá, arriesgarme demasiado, o
demasiado poco. No me siento yo, me siento como un conejo en medio de la
carretera deslumbrado por las luces largas de algún coche. Maravillado,
alucinado, asombrado, iluminado, aterrado, destrozado, paralizado por el terror
y la fascinación. Sin saber si avanzar, retroceder o quedarme ahí, parado,
esperando mi muerte.
Porque siempre había habido faros, pero nunca habían sido de aquella potencia,
nunca habían deslumbrado así mis ojos. Quizá el título adecuado de la entrada
sería: los hubo que, pero que luego al final no.
Y ahora me encuentro delante de un: los hay que, y que sí, que los hay.
Tengo miedo.